Glifosato

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El glifosato es el herbicida más utilizado de forma masiva en todo el mundo.

Es el componente base de muchos fitosanitarios frecuentados en la agricultura convencional, ya que se emplea para acelerar la maduración de la cosecha o eliminar malezas en los cultivos. Sin embargo, sus niveles de toxicidad suponen una amenaza para la salud humana y medioambiental.

Un estudio reciente publicado en la revista Environmental Health Perspectives demuestra que el glifosato puede irrumpir en la microbiota intestinal humana y animal, impactando gravemente en su salud.

Estos desequilibrios, según constatan varios estudios previos, estarían relacionados con una gran variedad de enfermedades como el cáncer, la diabetes tipo 2, la obesidad y la depresión.

La investigación cuestiona, pues, los límites de seguridad reglamentarios para la ingesta de glifosato establecida por la Unión Europea. Se añade al conjunto de tantas otras llevadas a cabo por científicos internacionales que evidencian impactos negativos del agrotóxico sobre el cromosoma humano y apuntan posibles disrupciones hormonales capaces de interferir en el desarrollo del embarazo, por ejemplo.

Más allá del impacto sobre la salud humana, el glifosato tiene efectos eco-toxicológicos directos.

Un 83% de los suelos agrícolas europeos estaban contaminados por plaguicidas químicos en 2019. Esto se debe a su composición a base de aminofosfonato ácido aminometilfosfónico (AMPA), que no permite la degradación del producto. Se acumula en el suelo, dañando su fertilidad y contaminando, a largo plazo, el aire que respiramos y las aguas que bebemos.

La CE autorizó la prórroga de las licencias del glifosato durante cinco años más, hasta el 2022. Algunos países europeos optaron por restringirlo parcialmente, vetando aquellos usos que suponen mayor riesgo de contaminación: los rociados precosecha; el uso en espacios verdes públicos, como parques y jardines; y los usos particulares, por ejemplo, en huertas privadas.

En julio de 2019, Austria se convirtió en el único país del mundo en prohibir totalmente su uso por sus efectos cancerígenos.

Diversas ciudades españolas se declararon libres de glifosato de manera independiente entre 2015 y 2017. La primera fue Barcelona, seguida de Madrid, Zaragoza y Sevilla.

Más allá de prórrogas, las ciudades pueden tomar medidas para preservar la salud de su entorno y de sus ciudadanos. ¿Y TOLEDO?

Por ello, la retirada definitiva del glifosato configuraría un paso importante hacia la agricultura natural (ecológica) y libre de tóxicos destructivos. En este sentido, las nuevas estrategias que plantea la CE pueden jugar un papel importante, ya que proyectos como «Farm to Fork» (De la Granja a la Mesa) proponen reducir el uso de pesticidas y plaguicidas químicos al 50%.