El 1 de diciembre de 2020, a las 7:56 de la mañana, el radiotelescopio del Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico, se desplomó en apenas 30 segundos, marcando el fin de una era para la astronomía. Durante décadas, esta monumental estructura fue clave en descubrimientos como la detección de planetas más allá del sistema solar, el análisis de asteroides cercanos a la Tierra y la búsqueda de señales de vida extraterrestre. Sin embargo, años de problemas de mantenimiento y daños estructurales, agravados por huracanes y temblores, llevaron a su trágico colapso.
A pesar de la magnitud de su desaparición, el legado del radiotelescopio de Arecibo sigue vivo. Sus datos y descubrimientos continúan siendo referencia para investigaciones actuales, y su impacto ha inspirado a generaciones de científicos. La caída de este ícono también puso en evidencia la importancia de invertir en la preservación de infraestructuras científicas críticas, un tema que aún suscita debates.
Aunque la posibilidad de reconstruirlo ha sido discutida, los planes han sido descartados en varias ocasiones debido a restricciones presupuestarias y prioridades cambiantes. Hoy, el vacío dejado por Arecibo no solo es físico, sino también simbólico, recordándonos la fragilidad de incluso las mayores proezas humanas frente al paso del tiempo.